20 de noviembre de 2022, estaba en mi primera prueba de viajar por largo tiempo. En ese momento me encontraba en Puerto Montt, Chile, en una terminal rumbo a la Isla de Chiloé. Había salido a las 6.30am solo con un café en la panza y tenía hambre. Así que busqué el patio de comidas.
Estaba leyendo los letreros y pensando en comer, hasta que se me acerca una chica que me dice “¿Almuercito mi amor? ¿Qué quieres comer mi vida? tengo comidita casera…” y enseguida yo esbocé una sonrisa, que en el fondo es mas bien un abrazo a mi compi venezolana.
¿Cómo no dejarme llevar por la comida casera de una restaurantito chileno pero con corazón venezolano? así que pedí mi comida y me dediqué a observarla, a mirar su espontaneidad con todos. Así como somos, amables y chacharacheros (habladores) atendiendo a todos por igual.
Vi con tristeza el desprecio, o si se quiere la indiferencia de quién no aprecia la atención, de quien ni siquiera la miró mientras ella le hablaba.
Y estoy muy segura que muchas noches ella ha llorado en su cama, el dolor de haber dejado su barrio, su casa, sus calles, su tierra. Ella seguro ha llorado el extrañar su salsa venezolana, que se sale desde la ventana de cualquier casa mientras vas pasando. O como hoy, que esta en su restaurantito modo nostalgia, escuchando vallenatos. Ella seguramente ha llorado estar lejos y extrañar su país.
Pero no todo son tristezas. La vi reirse, la vi bailar al ritmo de una salsa baúl, mientras esperaba otro cliente. Vi como venía otro compatriota a echarle los perros como diríamos nosotros: “mira vale tu no te acuerdas de mi?”, “vine el otro día pa’ca chama”, “yo si me acuerdo de ti vale”.
Y así terminó ese día en el que comenzaba a observar la realidad de los venezolanos en otras partes del mundo.
Creo que haber migrado hace unos cuantos años, me hizo ensimismarme y solo ver la realidad del país que residía (nuestra hermosa Argentina). Una realidad que es completamente distinta. Argentina siempre me ha hecho sentir en casa, y jamás he sido tratada de mala manera por ser venezolana. Y lo mismo veo en mis hermanos y en mis amigos.
Resulta que salí a conocerme “a mi misma” y terminé conociendo o “reconociendo” la realidad que ya sabía. Venezolanos, como decimos nosotros “echándole bolas” en cada rincón. En Santiago y en Viña, en todo mi recorrido por Argentina desde el centro hasta el norte, en Colombia y hasta en Bolivia. En cada rinconcito un venezolano allí está. Colocando su mejor sonrisa y energía, trabajando en lo que sea que hacen, todos los días saliendo adelante.
Es bien sabida la situación migratoria de Venezuela. Venezolanos por todo el mundo buscando un mejor porvenir. Se escucha en las noticias, en los radios, en los podcast, historias de venezolanos que la guerrean todos los días. Escuchas también las actualizaciones sobre las condiciones migratorias por ser venezolano. Como si tuviéramos una especie de peste, o un letrero en la frente que dice “venezolano”, y que eso fuera malo.
Sobre esto tengo mis reflexiones:
La fortaleza del venezolano
- Qué gente guerrera que somos, todos estamos ahí cada día, resilientes, saliendo adelante. Le ponemos nuestra cara más feliz a la vida, cada día, a pesar de todo lo que hemos tenido que pasar.
- En mayor o menor medida, todos pasamos por lo mismo. Tuvimos que dejar todo para hacer nuestro futuro en un país que no es el nuestro.
- Que nos tocó desarraigarnos por culpa de un gobierno, por culpa de las malas decisiones y por la cobardía de nuestros antecesores, porque en definitiva y hablo por mí, la mayor parte de mi vida yo no la decidí (era muy chica para eso). Me tocó vivir las decisiones de otros.
- Que en ese país donde residimos hicimos vida. Amigos y compañeros. Nos readaptamos. Y eso hizo parte de nuestro cambio.
- Que si bien es cierto que en algunos países se vive la delincuencia de venezolanos que salieron a hacer mal en otros países, los buenos somos más. Gente que estudiamos en nuestro país y que actualmente ofrecemos nuestro conocimiento, profesión y experiencia al servicio del país donde migramos. Y los que no pudieron estudiar porque salieron muy jóvenes, o porque no pudieron, o por la razón que sea, están siendo la mano de obra de los trabajos que usualmente los residentes de un país no quieren hacer. Albañilería, transporte, servicios de delivery, atención al cliente, limpieza, etc, etc.
El estigma
- Es muy triste vivir el día a día del estigma por ser “venezolano”. Tenía años sin vivir esa “incomodidad” en migraciones. Esa incomodidad que se vive al momento de entrar a países que “no nos quieren”. Porque en mi experiencia, hay países donde eres bien recibido, en otros no.
- Desde el primer momento te sientes señalado, te sientes delincuente de nada. ¿Somos delincuentes de qué? ¿De querer una mejor vida? o como yo ¿de hacer turismo libremente? Si mis lectores investigan, cada vez son mas los países donde no nos permiten entrar sin visa. Como si en la realidad de millones de venezolanos, hubiésemos migrado por placer. Un día, en medio de este viaje alguien me dijo que “no podía permitirse tener sentimientos por mí por ser venezolana”. Porque “sabía que en algún momento mi nacionalidad le podía traer problemas”. Como si ser venezolana fuese un problema. El problema es que nos pusieron etiquetas. El problema es que muchas personas, gobiernos y países nos catalogaron como malos.
- Somos delincuentes: en muchos países ya lo oí (nadie me lo tuvo que contar – pues mi acento no es venezolano marcado y eso los confunde) que “esos venecos que son unos malandros”, que “los venezolanos son todos unos groseros, odiosos, mala gente”, que “los venezolanos son unos delincuentes”. Que en las noticias dicen: “venezolano hizo x, y, z”. Así que lamentablemente, dentro de la generalización entramos todos. Venezolanos migrantes delincuentes. No voy a negar la realidad de la delincuencia de venezolanos en otros países. Es un problema social grave del que el gobierno venezolano no se va a hacer cargo (no lo hizo ni siquiera en nuestro propio país). Era de ilusos imaginar que la delincuencia se iba a quedar en Venezuela sola y pasando hambre. Y es otra realidad que ellos no iban a migrar a ser mejores en otro país. Salieron a hacer lo que saben hacer, delinquir. Pero diganme una cosa, ¿qué acaso no hay delincuentes de otras nacionalidades?. El problema es la generalización. Es meter a todos en una misma bolsa.
Han pasado casi 7 meses desde ese día en Puerto Montt, y han pasado más de 4 meses desde que empecé el viaje indefinido. Y la realidad sigue siendo la misma, y no solo eso, en cada país es más dura. Es muy triste contarles que en Colombia he tenido que decir que vengo de Argentina, por temor a mi integridad física. Que decidí no ir a Perú porque me vi en el reflejo de la experiencia de un amigo venezolano que fue, y que lo único que recibió fue denigraciones y expresiones de “los venezolanos son todos unos delincuentes”.
Si bien es una queja gritada en el bosque donde casi nadie la va a oír, si quisiera transmitir a mis lectores un poco de conocimiento de lo que como población tenemos que vivir. Que desearíamos que fuese todo por placer, que desearíamos que hubiésemos podido elegir. Pero no.
Es una lucha. Netamente una lucha! Y luchar duele, cansa, y mas si no tienes a nadie que ni siquiera tenga la empatía de entender esa lucha.
Seamos mas empáticos cada día. Por nuestros hermanos venezolanos. Porque puede que un día sea otro hermano, de otro país, y esa persona querría ser escuchada.
No nos tildemos. No nos etiquetemos. Dejemos de decir, es que el venezolano, el colombiano, el argentino, el chileno, etc, etc. Recuerden siempre, buenas y malas personas las hay de cualquier nacionalidad, género, cultura, etc. Eso no va del país que naciste, eso va en la integridad de una persona. Si yo tuviese que autoetiquetarme diría que soy valiente, valiosa, trabajadora, responsable, enérgica, echada pa’ lante. Hoy más que nunca tengo empatía por los que salieron de su país en búsqueda de un futuro mejor, y en el camino les fueron poniendo malas etiquetas.
Hoy más que nunca me dueles mi Venezuela 💔
Que hermosa manera de expresar lo que viven nuestros hermanos fuera de las fronteras, yo me siento afortunada de estar en Argentina pero te entiendo un montón, las veces que viajé a Bogotá me pasó lo mismo, sentía miedo de hablar y cuando lo hacía decía que venía de turismo y vivía en Argentina. Es agotador generalizar y con esto no quiero generalizar por un país. Pero en este caso, Argentina si que sabe ser buen anfitrión. Te abrazo y espero que esos miedos no nos sigan alcanzando. Estoy segura que vas a conseguir más personas buenas que piensen diferente de nuestra nacionalidad porque al fin y al cabo somos la misma sangre.
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